Quiero cerrar el año con una lista de discos, arbitraria y sin ningún orden, que por algún motivo no pude reseñar y me hubiera gustado. Esto no quita saltar mañana o pasado mañana, o una semana después de las Pascuas, dentro de cualquiera de ellos, pero por lo pronto voy a señalarlos con el metafórico dedo de la palabra, ese recurso tan poderoso que son los ostensivos: estos discos son los que les recomiendo que escuchen, si es qué, por algún motivo, no tienen un mañana para darse el lujo de esperar.
Todos están en Youtube.
- Motorama, "Calendar" (2012)
Therefore the pain won't stop
The pain won't stop
Motorama is a Russian post-punk band from Rostov-on-Don, Russia. The band was formed in 2005 and named after the film (1991).[1] The group has received popularity not only in Russia but also abroad. They have released two EPs and three studio albums. Names of singles are "Eyes", "Alps", "Ghost" , "Wind In Her Hair" and "To The South".
Así reza Wikipedia.
Miguel R. (graciaaaaas) decía en una entrada de Facebook que, para aquellos que preguntaban que era eso tan lindo que sonaba de fondo, iba esta referencia.
El disco promedia con muchísima fuerza. Hacia "To The South", su sencillo hitazo, ya se percibe la vibra, pero un tema después no más, con "Rose in the vase" y todavía un paso más con "In your arms" te desarma. The desharma. Así con haches. Porque que se yo como se dirá en ruso, pero la pretensión al menos de intentar ser postpunkies y genuinos se siente. No digo que sea posible, pero al menos creo que puede leerse, e incluso a través de las barreras idiomáticas.
¿Sería más fácil hacer rock ruso siendo neozelandés?
No lo creo.
- El Príncipe Idiota, "Doméstico" (2017)
Vestido se acostó,
masturbose antes de dormir.
Y en segundos se olvido
de la noche entera.
Pato dice que no está nada mal. Yo le agregaría que está muy bien, pero es una opinión más. ¿Qué importa? No vamos a definir ningún partido acá.
Lo que me pasa es que las texturas.
Las texturas.
¿A qué llamo eso? Bueno, una textura es algo continuo, ininterrumpido. Uno pasa los dedos sobre algo e identifica la unidad de lo-que-sea mediante eso: la ininterrupción. Cuando llega a un vértice, y de pronto se abisma la cosa, entiende que terminó.
Eso es la textura, lo que hay entre un vértice y otro.
Entiendo que esta banda, por lo que hace, plantea texturas de fondo sobre las que inscriben letras descriptivas, casi cuentísticas, por su regularidad y efectividad.
Eso está buenísimo.
Me pierdo en sus letras prosaicas y la instrumentación tan adecuada a esa deriva urbana y elevada, como dos metros encima de la planta baja de de cualquier departamento. Y entonces llego al vértice y hago lo que haría en cualquier terraza o azotea, en cualquier pileta o piscina: me quedo tieso un rato y miro. Tan cerca toda la diferencia, entre estar ahí, o abismarse allá.
El Príncipe Idiota no dice mucho, pero la formación y la impronta que están logrando, pese a su corto tiempo de vida, los hace dignos de atención.
- Luca Bocci, "Ahora" (2017)
Archipiélagos de sal, piedras del sol,
socorren mi naufragio y me rescatan
de esta ilusión, de nubes que se llueven
dentro de tus ojos.
Si tuviera que partir
de una nota en cuestión
sería sin duda un sol
y tendría la armonía cantada
y la técnica sería de pacer un placer.
Porque sobre la guitarra se pace
como un rebaño inaudible
que busca su voz rebuznada
y no hace sino balar
con los dedos los trastes
que acá o en Mendoza
suenan a canción.
Luca Bocci, el mendocino pibe de peculiar apariencia, saca un disco este año brutal. El año es brutal, el disco canción, porque abreva del rock clásico ya, en Argentina y más allá, de Charly y Luis Alberto, e incorpora lo suyo, amodernado, listo, demasiado listo, porque si no, ¿por qué empieza y termina así el disco?
Es una afrenta.
Un piano de gotan bien grabado y un techno j-pop deliberado, "Fujin ama a Raijin".
No me jodas Luca.
Pero te quiero mucho. No entiendo porque todavía no hay más tuyo. Ojalá pronto me desengañe y vea, fumando solo, tu próxima producción para el gran público, esto es: los que de lejos te seguimos.
Si pudieras venir alguna vez, mejor aún.
- Atrás Hay Truenos, "Bronce" (2016)
Perdón, pierdo el hilo de la charla,
no puedo levantar más la cabeza.
Álbum del 2016 al que llegué por referencia de Maxi Prietto en una entrevista hecha en tierras aztecas, en ocasión de la presentación de "Agua Ardiente" en Guadalajara. No encuentro la entrevista por ningún lado, y a fuerza de no creer que estoy inventándola, voy a recuperar de mi memoria la pregunta precisa que la entrevistadora o el entrevistador le hicieron para que lo recomendase como, según afirmó, una de sus carpetas más reproducidas en los numerosos viajes en bus que tuvieron que hacer desde La Paternal a donde el escenario estuviese dispuesto. Decía:
[Entrevistador/a] Maxi, ¿qué rolas traes? ¿qué verga escuchas hoy we? Porque la nueva escena argentina toma distancia del rock populachero y rolinga de los '00 y se plantea nuevas duraciones y recursos. Treinta minutos y una computadora con micrófono alcanzan, ni hablar.
[Prietto] Alcanzan, es verdad, pero la posta es que Atrás Hay Truenos dejó de hacer música para molestar con el último de sus discos, "Bronce", que la rompe. Es una píldora de felicidad roja y blanca y texturada, lenta de a ratos, pero subidora. Te pega. Y cuando creés que está bajando, porque nada bueno dura para siempre, te lleva de la mano desde la nube donde estabas al suelo frío y húmedo de Rosario. Tenés que escucharlo. Creo que los pibes la pegaron con la producción y los nuevos timbres, y lograron hacer de nueve temas una sola experiencia.
Así fue, sin duda.
- Mueran Humanos, "Miseress" (2015)
Nacimos para bailar descalzos
sobre las cabezas de tus reyes.
Un disco sin piedad, que te arrastra de la remera antro adentro. Son casi visibles las luces bailando sobre las cabezas, con el volumen suficiente. Desde Berlín, Tomás Nochteff, miembro fundante junto a Pedro Amodio y Javier Aldana de "Dios", desenvaina el bajo de la rúbrica escénica explosiva y lo blande rítmico, empatado a baterías electrónicas, aportando su voz junto a la de Carmen Burguess, que extorsiva las distorsiona e inserta nuevos sonidos como si fueran agujas en una muñeca, minuto a minuto, con sintetizadores bien agudos.
Amar esta banda (¡gracias Gaby!)
- Night Beats, "Who Sold My Generation" (2016)
Pour myself a drink or maybe two
What is wrong with you?
What they say to you?
Seattle, hogar de Eddie Vader, cuna de Nirvana, y en su momento (waaaaaa) de Jimi Hendrix, aún hoy tiene tiendas de música notables que le venden instrumentos y hasta dan lecciones a todo tipo de freak.
Estaba viendo que Seattle está en el noroeste de los EE.UU, estado (provincia) de Washington, casi casi en la frontera con Canadá (Vancouver a menos de 100 millas) Hubiera imaginado que estaba al este, de prejuicioso no más, pero vieron... nunca estuve allá y la verdad que todas esas diferencias y rivalidades entre esto y aquello, enten eller, me pasan por al lado. Lo cierto es que este disco, desde las voces engastadas las hasta los pedales de las violas, grita PSICODEEEEELIA, GAAAAARAGE y alguna birra yanki por ahí Budweiser al humo de buenas flores. Es un remake de los primeros '70. Re da para ponerlo en juntadas, ¿cómo pude ser tan torpe y olvidarlo? Re da.
- Terry Riley, "Persian Surgery Dervishes" (1971)
Hora y media.
Dos versiones del mismo tema grabadas en vivo, con casi un año de diferencia.
Los Ángeles, 18 de abril de 1971: todo en Do. No sé que hace con la mano derecha y con la izquierda. La melodía fluye, y pretende no estar. Lo importante acá es que el drone durísimo de la izquierda te envuelve y no te deja escapar. Es terrible. Es tremendo. Nunca imaginé que un órgano pudiera hacerme esto. Y cuando creía que todo iba a ser soportable hasta que terminase, su derecha me acuchilla sin contemplación con ristras velocísimas de notas espumadas, tomadas de un oleaje melódico incomprensible.
Los versados estudiantes de La Música sabrán desdecirme. Me chupa un uovo. Terry Riley sabe valerse por sí mismo, y nosotros que casualmente lo escuchamos también.
París, 24 de mayo de 1972: en Do todo. No sé que hace con las manos izquierda y derecha. Fluye como si hubiera una melodía, y la hay. Con lo que parece un instrumento menos uno da cuenta de que antes, en 1971, a lo mejor hubiera uno más.
No, siempre fue UN órgano.
Y el drone aún durísimo te captura, otra vez, como si fuera una boleadora patagona. Es bárbaro, incivilizado. ¿Cómo puede hacernos esto? preguntamos de boca al piso, saboreando la tierra, sintiendo palpitar el labio con su latido. Es el nuestro, arrebatado de su ritmo propio por el de esta obra, repetida ahora con casi un año de diferencia, pulida o afilada nuevamente, una hoja que sin piedad abre el silencio y traza un arco meditado, meditabundo.
Me vuela los pelos. Este disco. Me vuela los pelos.
- Harold Budd, "The Pavilion of Dreams" (1978)
En el nombre de Dios, el Benefactor, el Piadoso.
Si llegan a escuchar el segundo tema, después del minuto 18, van a saber que ya no están en la Tierra, sino en otro plano delicioso y edénico.
Las palabras no hacen justicia de esta impresión.
Harold Budd logra, en su forma mínima de hacer las cosas, coser con una voz sin palabras y un arpa una experiencia.
El nombre que da a esta experiencia es doble: "Déjennos ir a la casa del Señor" y "Domingo de mariposa"
Me recuerda mucho a una versión hermosa, lírica y "bellepoquesca" de Debussy, que no puedo encontrar para recuperarles ahora, con letra y música para la danza clásica. Ya quisiera tenerla presente y compartirla, pero queda entonces como una referencia ficcional.
De H. B. podemos decir que en este disco logra producir una sensación de abismamiento notable. Me gusta el adjetivo "notable". Lo uso un montón últimamente, como si estuviera de moda.
El disco recoge su regreso a la composición después de un hiato de 2 años, cuando llegó, según él, a los límites del minimalismo.
Está bien Harold. Este disco te lleva en taxi por la ciudad, pero no tu ciudad, sino otra ciudad, parecida a la tuya, pero sobre la que no podés imponer ningún recuerdo. Entonces tenés que recurrir a la imaginación, que es la memoria pero libre de la necesidad de corresponderse con algo que ya pasó, o sea, que no existe más.
Entonces recordar es una facultad de la imaginación, y H. B. ofrece acá sus recuerdos de una paseo que le suponemos fue caro, en taxi, seguramente la bajada de bandera en EE. UU. es en dólares y qué se yo, capaz que en relación al sueldo promedio de un músico avant-garde está alta.
Pero decía: se la jugó, y gracias a eso, podemos deslizarnos sobre lineas de saxo y teclados vibratos, teclatos vibrados, vibrados teclados, etc.
De nuevo: gracias Harold.
- Slowdive, "Slowdive" (2017)
There's a buzzard of gulls
They're drumming in the wind
Only lovers alive
Running in the dark
Estoy apurado por terminar esta entrada del blog. O sea: no empecé a escribir con ningún orden. Creo que hasta ahora viene así: Mueran Humanos, Atrás Hay Truenos, Night Beats, y ahora Slowdive. Pasa que pienso, todavía, bajo el imperativo de la "inspiración", como si tuviera que hacer algo pronto y naturalmente.
Está claro que la inspiración es más dura que Dios. Es severa, arbitraria y judáica, en los términos que el prejuicio entiende. Por eso debo renegar de ella.
Entonces decía con apuro que Slowdive es una banda inglesa que pasó bajo mi radar mucho tiempo, pese a mirarse el calzado con una fijación digna de un monje zen. Y aunque tuvieran el sello "90' approved" dado por los escuchas y la crítica, no me fue mencionada por nadie nada nunca. Pitchfork dijo que "Slowdive" es uno de sus "best new albums", y el crítico le dio 8.6 puntos sobre 10. ¿Qué carajo significa eso, eh...?
Bueno, no importa. En general el staff de Pitchfork me place. Me da de comer cuando nadie más lo hace. Por eso llegué a Slowdive, que tiene producciones más que notables en los '90, diría geniales, como Souvlaki y Pygmalion.
La banda se corre ligeramente de sus empresas anteriores, y la verdad le viene bien. Hay mucho de diurno y aereado en lo que hacen acá, como si para respirar hiciera falta escuchar no más. Se los reconozco. Hay un soplo de oxígeno en este disco, homónimo por cierto, que lanzan en 2017. Lo que antes se volvía una lenta deriva en experimentaciones no siempre agradables, hoy es, 22 años después de su último disco, una prueba fehaciente de su compromiso con la música. Dios los bendiga.
- Moondog, "Sax Pax fo Sax" (1997)
No matter what name she goes under
I dig her deeply and no wonder
For she's been lovely to me
And I'm the better for having met her.
De Moondog solo voy a decir que fue lo que llamaríamos en argentina un croto, ciego desde los 16, que se vestía como un vikingo y pedía plata en las calles de Nueva York, por interpretar música en instrumentos que él mismo inventaba.
...
De este disco puedo recopilar que fue grabado con la Filarmónica de Londres, que parece una risa, y que fue compuesto para no uno, sino 9 (nueve) saxofones.
Si en esta lista hay un disco que lo eleve a uno sobre las circunstancias de su más mediocre y llana cotidianeidad, es este.
Es este el disco chicxs. Este es el disco. No busquen más. Moondog sabía, incluso hasta sus últimos días en, como Iggy, como Bowie y Nochteff, BERLÍN.
¿Por qué no digo más nada?